Muchas veces no apreciamos lo que se nos da por regalado. En cambio, cuando pagamos un alto precio, lo valoramos más.
(1 Pedro 1:18-19) sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, (19) sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo.
Nuestra redención costo cara, pero a nosotros se nos da gratis. Por eso el Señor nos pide que lo recordemos a través de las fiestas, año tras año, para que no olvidemos el gran regalo que Él nos ha dado y no perdamos el agradecimiento por lo que Él hizo.
Dios no necesita nuestro agradecimiento, pero nosotros sí lo necesitamos. No debemos olvidar lo que el Señor ha hecho por nosotros. Él nos sacó de la esclavitud a la libertad; habiendo estado muertos, nos dio vida.
ESCLAVOS
Parte de nuestra muestra de agradecimiento por la redención es vivir como Dios manda. Dios no nos libertó para que volvamos otra vez a ponernos cadenas ni ataduras. Él quiere que seamos libres. Para ello, debemos limpiarnos de pecado.
Antes éramos esclavos al pecado. El esclavo no hace lo que quiere, sino lo que le dicta su amo. Si somos esclavos del pecado, aunque queramos hacer el bien, no podemos.
(Romanos 7:14-19) Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. (17) Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. (18) Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. (19) Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico.
Los israelitas nacieron siendo esclavos del Faraón; de la misma manera, todo ser humano nace siendo esclavo del pecado. Ese es el amo a quien servimos.
Pero Dios le dijo a Faraón: “Deja ir a mi pueblo para que me sirva”. El Señor nos quería redimir para que dejemos de servir al pecado, y le sirvamos a El.
Dios nos sacó de Egipto, de la esclavitud del pecado, y ahora somos libres. Pero esa libertad no es para hacer lo que cada uno quiera, sino para hacer el bien.
Pablo lo explica de la siguiente manera:
(Romanos 6:16-18) ¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados; (18) y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia.
SIERVOS DE JUSTICIA
Muchos quieren que Dios los salve de las “consecuencias” del pecado, pero quieren seguir haciendo lo que quieran. Eso no es libertad, sino libertinaje.
Dios pagó un alto precio por nuestra redención, para que vivamos en libertad, no para que volvamos a caer en pecado.
Esto no quiere decir que luego de ser “salvos” no volveremos a pecar. Mientras que aún haya iniquidad en el mundo, podemos fallar. La diferencia es que ahora el pecado ya no se enseñorea sobre nosotros (a menos que lo permitamos). Ahora, si un creyente peca, puede arrepentirse y comenzar de nuevo. Dios es nuestro Señor, y Él está interesado en que sirvamos a la justicia, y no al pecado.
Esto es lo que celebramos en la semana de Panes Sin Levadura. Recordamos que ya salimos de Egipto, y ahora debemos vivir sin levadura, sin pecado, en nuestras vidas.
La forma en que mostramos agradecimiento por el regalo de redención es siendo siervos de la justicia.
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