(Día 32)
Ya entramos a la recta final del Sermón del Monte. Jesús sigue explicando sobre asuntos controversiales
o temas en la Biblia que han sido mal interpretados. Al inicio del capítulo siete, Jesús hace
referencia al tema de “juzgar”:
(Mateo 7:1) No juzguéis para que no seáis
juzgados.
La gente tiende a tomar dos posiciones extremas en el tema
de juzgar:
i. Unos no juzgan
para nada. Pero eso no es amor, sino
evasión. Con esa actitud neutral dejan
pasar acciones y actitudes que van corrompiendo a la congregación.
ii. Otros juzgan a
diestra y siniestra, pero no lo hacen por amor al prójimo ni por un genuino
interés que ellos mejoren, sino para hacerlos de menos porque ellos se
consideran “mejores” que los demás.
Ambos extremos son incorrectos.
Jesús no está diciendo que dejemos de juzgar, sino que lo
hagamos correctamente. Él da una
advertencia de las consecuencias de juzgar inconscientemente.
(Mateo 7:2) Porque con el juicio con que
juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá.
Juzgar es una espada de dos filos; si uno no lo hace bien,
puede salir lastimado. Algunos son rápidos
para criticar a los demás, pero no se ven antes en el espejo. El juicio debe comenzar por uno mismo.
JUZGAR ES DISTINGUIR
La palabra que se traduce como “juzgar”, en griego es: “Krino”,
que literalmente significa: distinguir, y decidir.
El Señor quiere que aprendamos a distinguir entre el bien y
el mal, y luego a decidirnos por hacer el bien.
(Ezequiel 44:23) Enseñarán a mi pueblo a discernir entre lo sagrado y lo profano, y harán
que ellos sepan distinguir entre lo inmundo y lo limpio.
El juicio debe comenzar por uno mismo. Debemos medirnos según la “regla divina” de
lo que es correcto o incorrecto. Y si hay
necesidad de juzgar a otros, el juicio no debe ser usado para atacar o
menospreciar a alguien, sino para dirigirlo, corregirlo y animarlo. En ningún momento debemos “condenar”; esa facultad
sólo la tiene Dios.
Por lo demás, si vemos la necesidad de juzgar, no debemos
hacerlo a las espaldas de la persona para denigrarlo delante de los demás, sino
debemos hacerlo a su cara. Es más, la
confrontación debe iniciarse en privado.
(Mateo 18:15-17) Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado
a tu hermano. (16) Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o
a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. (17) Y
si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la
iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos.
Hay un refrán en español que dice: “No tiene boca con qué hablar”.
Esto se refiere a cuando una persona no tiene el derecho moral de juzgar
sobre un tema porque ella falla en lo mismo.
A esto se refería Jesús cuando dijo lo siguiente:
(Mateo 7:3-5) ¿Y por qué miras la mota que está en
el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio
ojo? (4)
¿O cómo puedes decir a tu hermano: "Déjame sacarte la mota del
ojo", cuando la viga está en tu ojo?
(5) ¡Hipócrita! Saca primero la
viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu
hermano.
Si vamos a juzgar, debemos primero asegurarnos de tener la solvencia
moral para hacerlo. También debemos
hacerlo pensando en el bien de otro, con amor y misericordia, para darle la
oportunidad de rectificar. Sin embargo, debemos
saber que hay personas que no apreciaran ese “juicio justo”. Ante esos casos, Jesús dijo lo siguiente:
(Mateo 7:6) No deis lo santo a los perros, ni echéis
vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y
volviéndose os despedacen.
ORACIÓN
Señor, hoy mismo me
arrepiento por haber juzgado mal a mi prójimo.
Reconozco que no siempre lo he hecho en Tu justicia, sino por mi orgullo
espiritual. Perdóname, Señor. Quiero mostrar a los demás la misma
misericordia que Tú me has extendido.
Antes de pretender “limpiar”
a los demás, debo primero limpiar mi propia vida. Por allí comenzaré. Enséñame a distinguir entre lo sagrado y lo
profano. Conforme vaya poniéndolo en
práctica, lo enseñaré a quien quiera recibirlo. Pero cuando vea que un hermano necesita
rectificar algo en su vida, no me quedaré callado. En ese momento, tomaré el cuidado de hablarle
en amor y misericordia. No hablaré a sus
espaldas, sino en privado, para no humillarlo sino levantarlo. Ayúdanos, Señor, a edificar los muros de Tu
Pueblo.
Orad por la paz de
Jerusalén: Sean prosperados los que te aman.
Haya paz dentro de tus muros, y prosperidad en tus palacios. Por amor de mis hermanos y de mis amigos diré
ahora: Sea la paz en ti. Por amor de la
casa del SEÑOR nuestro Dios procuraré tu bien. (Salmo 122:6-9)
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