A continuación, Juan describe
la apariencia física del Señor. Recordemos que Juan conocía bien a Jesús,
siendo uno de sus discípulos cercanos. Pero en esta ocasión, Jesús se presentó
con una imagen diferente a la de su primera venida.
Lo primero que Juan percibió
fue la voz del Señor, que venía detrás de él. Su voz sonaba como una trompeta
(heb. Shofar), que la Biblia nos revela será el sonido que oiremos
antes de Su Venida (1 Tes. 4:16; 1 Cor. 15:52; Zac. 9:14).
Juan oyó la voz detrás de
él. Se volteó para ver a quién le hablaba…
(Apoc. 1:12-13) Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete
candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al
Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido
por el pecho con un cinto de oro.
“Hijo de hombre” es una
frase que usa el profeta Daniel para describir al Mesías (Dan. 7:13-14). A lo
largo de los Evangelios vemos que Jesús se refería a sí mismo como “el hijo del
hombre” (ej. Mat. 16:13; Mar. 2:10; Luc. 9:56; Juan 9:35).
Juan vio a Jesús en medio de
siete candeleros. Más adelante el Señor explica lo que éstos representan:
(Apoc. 1:20) El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los
siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete
iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.
Como ya mencionamos
anteriormente, el mensaje que el Señor le va a dar a Juan es para que lo
transmita a las iglesias (Apoc. 1:10-11).
Juan reconoció al Señor, pero
lo vio con otro aspecto que describe a continuación:
(Apoc. 1:14-16) Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como
nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce
bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas
aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda
de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
El cabello blanco es
normalmente de un anciano, pero el profeta Daniel lo llama “el Anciano de Días”
(Dan. 7:13), que aunque parezca joven, en realidad existe desde hace mucho
tiempo (es decir, desde la eternidad). Sus ojos como fuego son
penetrantes, que lo escudriñan todo, quemando lo malo y purificando lo
bueno. Los pies de bronce representan juicio.
La voz como muchas aguas representa limpieza. Y en la Biblia
“las aguas” (plural) se refieren a muchos pueblos y naciones. Las estrellas
en su mano representan ángeles, y la mano diestra representa acción.
El Señor tiene a su disposición ángeles que enviará a ejecutar Su Propósito. La
espada en su boca representa la Palabra de Dios, más cortante que espada de dos
filos (Heb. 4:12).
Esta visión que tuvo Juan de
Jesús en los últimos tiempos es muy similar a una que el profeta Daniel
recibió:
(Daniel 10:5-6) Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y
ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su
rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y
sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el
estruendo de una multitud.
No es casualidad que esta
visión e Daniel también era referente a los últimos días:
(Dan. 10:14) He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los
postreros días; porque la visión es para esos días.
Tanto Juan como Daniel tuvieron
una reacción semejante ante la visión del Señor.
(Daniel 10:8-12) Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí,
antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor
alguno. Pero oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus
palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra. Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis
rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, varón muy
amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti
he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie
temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día
que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios,
fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido.
(Apoc. 1:17-18) Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí,
diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y
estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la muerte y del Hades.
La apariencia del Señor en los
últimos tiempos infunde temor. Posiblemente muchos se “ofenderán” por la imagen
de Jesús en los últimos tiempos (Apoc. 19:11-16). Pero debemos entender que
esto no es para causar “miedo” sino para provocar temor santo y reverente que
lleve al arrepentimiento. Juan lo explicó de la siguiente manera en su
Evangelio:
(Juan 3:17-21) Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por El. El que cree en Él no es condenado; pero el
que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios. Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y
los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran
malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz
para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad
viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en
Dios.
Así como a Juan, el Señor nos
dice que no temamos, pues Dios está en control en medio del aparente caos, y
podemos encontrar esperanza en Él. Por eso el Señor le dio a Juan la visión de
Apocalipsis, y le encargó que la escribiera (para el beneficio de los que crean
en Dios).
(Apoc. 1:19) Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de estas.
Más capítulos de este estudio en: Apocalipsis
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