miércoles, 20 de diciembre de 2017

APOCALIPSIS 1:12-20. Descripción de Jesús

A continuación, Juan describe la apariencia física del Señor. Recordemos que Juan conocía bien a Jesús, siendo uno de sus discípulos cercanos. Pero en esta ocasión, Jesús se presentó con una imagen diferente a la de su primera venida.

Lo primero que Juan percibió fue la voz del Señor, que venía detrás de él. Su voz sonaba como una trompeta (heb. Shofar), que la Biblia nos revela será el sonido que oiremos antes de Su Venida (1 Tes. 4:16; 1 Cor. 15:52; Zac. 9:14).

Juan oyó la voz detrás de él.  Se volteó para ver a quién le hablaba…
(Apoc. 1:12-13) Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.

Hijo de hombre” es una frase que usa el profeta Daniel para describir al Mesías (Dan. 7:13-14). A lo largo de los Evangelios vemos que Jesús se refería a sí mismo como “el hijo del hombre” (ej. Mat. 16:13; Mar. 2:10; Luc. 9:56; Juan 9:35).

Juan vio a Jesús en medio de siete candeleros. Más adelante el Señor explica lo que éstos representan:
(Apoc. 1:20) El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.

Como ya mencionamos anteriormente, el mensaje que el Señor le va a dar a Juan es para que lo transmita a las iglesias (Apoc. 1:10-11).

Juan reconoció al Señor, pero lo vio con otro aspecto que describe a continuación:
(Apoc. 1:14-16) Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.

El cabello blanco es normalmente de un anciano, pero el profeta Daniel lo llama “el Anciano de Días” (Dan. 7:13), que aunque parezca joven, en realidad existe desde hace mucho tiempo (es decir, desde la eternidad). Sus ojos como fuego son penetrantes, que lo escudriñan todo, quemando lo malo y purificando lo bueno.  Los pies de bronce representan juicio. La voz como muchas aguas representa limpieza. Y en la Biblia “las aguas” (plural) se refieren a muchos pueblos y naciones. Las estrellas en su mano representan ángeles, y la mano diestra representa acción. El Señor tiene a su disposición ángeles que enviará a ejecutar Su Propósito. La espada en su boca representa la Palabra de Dios, más cortante que espada de dos filos (Heb. 4:12).

Esta visión que tuvo Juan de Jesús en los últimos tiempos es muy similar a una que el profeta Daniel recibió:
(Daniel 10:5-6) Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.

No es casualidad que esta visión e Daniel también era referente a los últimos días:
(Dan. 10:14) He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días.

Tanto Juan como Daniel tuvieron una reacción semejante ante la visión del Señor.
(Daniel 10:8-12) Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en tierra. Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido.

(Apoc. 1:17-18) Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

La apariencia del Señor en los últimos tiempos infunde temor. Posiblemente muchos se “ofenderán” por la imagen de Jesús en los últimos tiempos (Apoc. 19:11-16). Pero debemos entender que esto no es para causar “miedo” sino para provocar temor santo y reverente que lleve al arrepentimiento. Juan lo explicó de la siguiente manera en su Evangelio:
(Juan 3:17-21) Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios.

Así como a Juan, el Señor nos dice que no temamos, pues Dios está en control en medio del aparente caos, y podemos encontrar esperanza en Él. Por eso el Señor le dio a Juan la visión de Apocalipsis, y le encargó que la escribiera (para el beneficio de los que crean en Dios).
(Apoc. 1:19) Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.



Más capítulos de este estudio en: Apocalipsis


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