domingo, 9 de octubre de 2011

Nehemías 13

Aunque nos hayamos arrepentido genuinamente en estos 40 días, eso no significa que mañana seremos perfectos.  Lo bueno es que vamos en camino del perfeccionamiento, acercándonos cada día más a la medida de Cristo.
(Efesios 4:13-15)  hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;  (14)  para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error;  (15)  sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.

Lo importante es ir aprendiendo para avanzar y mejorar poco a poco.  Por ello, es importante cultivar tanto el estudio de la Biblia como la oración.  Es algo que debemos convertir en costumbre y no descuidarlo.  La Palabra nos mantiene centrados y la oración nos mantiene conectados con Dios. 


Mandamientos Olvidados
En el último capítulo de Nehemías vemos que el pueblo siguió estudiando la Palabra.  Un día se toparon con un mandamiento que no estaban guardando (Deu. 2:3-5).
(Nehemías 13:1-3)  Aquel día leyeron del libro de Moisés a oídos del pueblo; y se encontró escrito en él que los amonitas y los moabitas no debían entrar jamás en la asamblea de Dios,  (2)  porque no recibieron a los hijos de Israel con pan y agua, sino que contrataron contra ellos a Balaam para maldecirlos; pero nuestro Dios convirtió la maldición en bendición.  (3)  Y sucedió que cuando oyeron la ley, excluyeron de Israel a todo extranjero.

Los retornados se habían comenzado a mezclar con las naciones paganas que habitaban en la región.  La mayoría de estos matrimonios se habían dado en el tiempo en que Nehemías retornó a Persia.
(Nehemías 13:23-24)  Vi también en aquellos días a judíos que se habían casado con mujeres asdoditas, amonitas y moabitas.  (24)  De sus hijos, la mitad hablaban la lengua de Asdod, y ninguno de ellos podía hablar la lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo. 

En tan solo una generación, los hijos de los judíos ya estaban olvidando sus raíces.  Si no sabían el idioma hebreo, mucho menos conocía el orden de Dios.  Este es el gran peligro de unirse en yugo desigual.  Todo lo que habían logrado avanzar, lo estaban perdiendo con la siguiente generación.  Por eso Nehemías reaccionó tan fuerte al confrontarlos:
(Nehemías 13:25-27)  Y contendí con ellos y los maldije, herí a algunos de ellos y les arranqué el cabello, y les hice jurar por Dios, diciendo: No daréis vuestras hijas a sus hijos; tampoco tomaréis de sus hijas para vuestros hijos ni para vosotros mismos.  (26)  ¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Sin embargo, entre tantas naciones no hubo rey como él, y era amado por su Dios, y Dios le había hecho rey sobre todo Israel; pero aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras.  (27)  ¿Y se debe oír de vosotros que habéis cometido todo este gran mal obrando infielmente contra nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras?

Lo peor es que también el sumo sacerdote había caído en este grave error. 
(Nehemías 13:28)  Aun uno de los hijos de Joiada, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sanbalat horonita, y lo eché de mi lado.

El sumo sacerdote se había emparentado con el enemigo…pero no sólo Sanbalat, sino también con Tobías.
(Nehemías 13:4)  Y antes de esto, Eliasib sacerdote, siendo superintendente de la cámara de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobías.  

Al hacer alianza con el enemigo, el líder espiritual provocó una crisis en el servicio del Templo.  El enemigo llegó a desplazar y a ocupar el lugar que le pertenecía a los levitas y servidores. 
(Nehemías 13:5)  y le había hecho una grande cámara, en la cual guardaban antes las ofrendas, y el perfume, y los vasos, y el diezmo del grano, y del vino y del aceite, que estaba mandado darse a los levitas, a los cantores, y a los porteros, y la ofrenda de los sacerdotes.

El pueblo dejó de dar ofrendas, y las bodegas comenzaron a quedar vacías.  Los levitas, servidores y cantores ya no recibían ofrenda para vivir, por lo que se vieron obligados a ir a trabajar al campo en lugar de servir en el Templo.  El espacio vacío que dejaron lo ocupó Tobías, el enemigo (Neh. 6:17-19).  La religiosidad ocupó el lugar de un servicio genuino al Señor.

Todo esto sucedió en ausencia de Nehemías.  Pero tan pronto regresó, hizo que las cosas cambiarán.
(Nehemías 13:6-11)  Mas a todo esto, yo no estaba en Jerusalén; porque el año treinta y dos de Artajerjes rey de Babilonia, vine al rey; y al cabo de días obtuve permiso del rey.  (7)  Y vine a Jerusalén, entendí el mal que había hecho Eliasib en atención a Tobías, haciendo para él cámara en los patios de la casa de Dios.  (8)  Y me dolió en gran manera; y eché todos los enseres de la casa de Tobías fuera de la cámara;  (9)  y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el perfume.  (10)  Entendí asimismo que las porciones de los levitas no les habían sido dadas; y que los levitas y cantores que hacían el servicio se habían huido cada uno a su heredad.  (11)  Y reprendí a los magistrados, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Y los junté, y los puse en su lugar.

Otro mandamiento que no se estaba respetando era el día de reposo.
(Nehemías 13:15)  En aquellos días vi en Judá algunos que pisaban los lagares en sábado, y que acarreaban gavillas, y cargaban asnos con vino, y también de uvas, de higos, y toda clase de carga, y traían a Jerusalén en día de sábado; y les amonesté acerca del día que vendían el mantenimiento.

Habían convertido el día del reposo en un día de mercado. 

Nehemías les llamó la atención, y cerró la puerta.
(Nehemías 13:17-19)  Y reprendí a los señores de Judá, y les dije: ¿Qué mala cosa es ésta que vosotros hacéis, profanando así el día del sábado?  (18)  ¿No hicieron así vuestros padres, y trajo nuestro Dios sobre nosotros todo este mal, y sobre esta ciudad? ¿Y vosotros añadís ira sobre Israel profanando el sábado?  (19)  Sucedió, pues, que cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén antes del sábado, dije que se cerrasen las puertas, y ordené que no las abriesen hasta después del sábado; y puse a las puertas algunos de mis criados, para que en día de sábado no introdujesen carga.

¿Cómo habían caído en esto?  Aparentemente los levitas, quienes eran los encargados de enseñar la Torá, no estaban instruyendo al pueblo.  En poco tiempo, ya se estaban “abriendo puertas” entre el pueblo.  Por eso Nehemías les dijo a los levitas que se santificaran y que fueran a “guardar las puertas”. 
(Nehemías 13:22)  Y dije a los levitas que se purificasen, y viniesen a guardar las puertas, para santificar el día del sábado. También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la muchedumbre de tu misericordia.

En estos 40 días de ayuno hemos descubierto puertas abiertas en nuestras vidas, y con arrepentimiento las hemos estado cerrando.  Ahora no es tiempo de dormirse, sino de velar para que sigan así, cerradas al enemigo.  Cuidemos que lo que hemos ganado ahora no lo perdamos, sino que sigamos avanzando aún más. 

Hoy terminamos el ayuno, orando el Salmo 51:
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.  (2)  Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.  (3)  Porque yo reconozco mis rebeliones; y mi pecado está siempre delante de mí.  (4)  Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos: Para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.  (5)  He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.  (6)  He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo; y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.  (7)  Purifícame con hisopo, y seré limpio: Lávame, y seré más blanco que la nieve.  (8)  Hazme oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido.  (9)  Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.  (10)  Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí.  (11)  No me eches de delante de ti; y no quites de mí tu Santo Espíritu.  (12)  Vuélveme el gozo de tu salvación; y el espíritu libre me sustente.  (13)  Entonces enseñaré a los prevaricadores tus caminos; y los pecadores se convertirán a ti.  (14)  Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia.  (15)  Señor, abre mis labios; y publicará mi boca tu alabanza.  (16)  Porque no quieres tú sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto.  (17)  Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.  (18)  Haz bien con tu benevolencia a Sión: Edifica los muros de Jerusalén.  (19)  Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada: Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.

Viene el día para la edificación de tus muros;
aquel día se extenderán tus límites.
(Miqueas 7:11)

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