viernes, 23 de diciembre de 2011

JANUKA V: Matatías y sus Hijos


Entre los pocos judíos que permanecieron fieles a su fe se encontraba el sacerdote Matatías y sus hijos.  Él se lamentaba lo que estaba viendo entre su pueblo. 
(I Macabeos 2:1-7) En esos días, Matatías, hijo de Juan, hijo de Simeón, sacerdote del linaje de Joarib, salió de Jerusalén y fue a establecerse en Modín. Tenía cinco hijos: Juan, Simón, Judas, llamado Macabeo; Eleazar, y Jonatán.
Al ver las impiedades que se cometían en Judá y en Jerusalén, Matatías exclamó: "¡Ay de mí! ¿Para esto he nacido? ¿Para ver la ruina de mi pueblo y la destrucción de la Ciudad santa? ¿Para quedarme sentado en ella, mientras es entregada al poder del enemigo y el Santuario está en manos de extranjeros?

Sus creencias fueron puestas a prueba cuando un enviado del rey llegó al pueblo donde ellos vivían.
(I Macabeos 2:15-28) Entre tanto, los delegados del rey, encargados de imponer la apostasía, llegaron a la ciudad de Modín para exigir que se ofrecieran los sacrificios.
Se presentaron muchos israelitas, pero Matatías y sus hijos se agruparon aparte.
Entonces los enviados del rey fueron a decirle: "Tú eres un jefe ilustre y gozas de autoridad en esta ciudad, respaldado por hijos y hermanos.  Sé el primero en acercarte a ejecutar la orden del rey, como lo han hecho todas las naciones, y también los hombres de Judá y los que han quedado en Jerusalén. Así tú y tus hijos, serán contados entre los Amigos del rey y gratificados con plata, oro y numerosos regalos".
Matatías respondió en alta voz: "Aunque todas las naciones que están bajo el dominio del rey obedezcan y abandonen el culto de sus antepasados para someterse a sus órdenes, yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos fieles a la Alianza de nuestros padres. El Cielo nos libre de abandonar la Ley y los preceptos. Nosotros no acataremos las órdenes del rey desviándonos de nuestro culto, ni a la derecha ni a la izquierda".
Cuando acabó de pronunciar estas palabras, un judío se adelantó a la vista de todos para ofrecer un sacrificio sobre el altar de Modín, conforme al decreto del rey. Al ver esto, Matatías se enardeció de celo y se estremecieron sus entrañas; y dejándose llevar por una justa indignación, se abalanzó y lo degolló sobre el altar.  Ahí mismo mató al delegado real que obligaba a ofrecer los sacrificios y destruyó el altar. Así manifestó su celo por la Ley, como lo había hecho Pinjás con Zimrí, hijo de Salú.  Luego comenzó a gritar por la ciudad con todas sus fuerzas: "Todo el que sienta celo por la Ley y quiera mantenerse fiel a la Alianza, que me siga". 
Y abandonando todo lo que poseían en la ciudad, él y sus hijos huyeron a las montañas.

A Mataías se le unieron otros judíos que permanecían fieles a Dios, y todos ellos formaron un ejército de resistencia. 
(I Macabeos 2:42-44) Entonces se les unió el grupo de los asideos, hombres valientes en Israel, todos ellos sinceramente fieles a la Ley.  También se les unieron y les prestaron su ayuda todos los que querían escapar de la opresión.  Así formaron una fuerza armada que comenzó a descargar su ira contra los pecadores y su furor contra los impíos. Los demás tuvieron que salvarse, huyendo a las naciones extranjeras.

Aunque eran menos y no tan bien armados ni entrenados como el ejército griego, los judíos fieles obtuvieron victoria. 
(I Macabeos 2:47-48) Persiguieron a los arrogantes, y la campaña dio buenos resultados.  De esa manera defendieron la Ley contra los paganos y sus reyes, y no permitieron que prevalecieran los malvados.

Cuando Matatías murió, su hijo Judas se quedó como líder del ejército rebelde.
(I Macabeos 3:1-3) El sucesor de Matatías fue su hijo Judas, llamado Macabeo. Todos sus hermanos y los que habían seguido a su padre le prestaron apoyo y combatieron con entusiasmo por Israel.  Él extendió la gloria de su pueblo y se revistió de la coraza como un héroe; se ciñó sus armas de guerra y libró batallas, protegiendo al ejército con su espada.

Judas reconoció que las victorias que obtenían no se debían a sus propias habilidades como líder, sino a la ayuda del Cielo. Por eso podía luchar con fe y confianza.
(I Macabeos 3:17-22) Estos, al ver el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas: "¿Cómo, siendo tan pocos, podremos combatir con una multitud tan poderosa? Además, estamos extenuados porque hoy no hemos comido nada en todo el día".  Judas les respondió: "Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos, y al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos. Porque la victoria en el combate no depende de la cantidad de las tropas, sino de la fuerza que viene del Cielo. Ellos nos atacan, llenos de insolencia y de impiedad, para exterminarnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y para apoderarse de nuestros despojos. Nosotros, en cambio, luchamos por nuestra vida y por nuestras costumbres.  El Cielo los aplastará delante de nosotros: ¡no les tengan miedo!"

Molesto por la rebelión judía, Antíoco mandó a reunir todo su ejército y atacar Jerusalén hasta destruirla por completo.  Ante la amenaza, Judas y los judíos fieles no huyeron sino que se armaron de valor para enfrentar al enemigo, aunque les costara la vida.
(I Macabeos 3:42-60) Judas y sus hermanos vieron que se habían agravado los males y que el ejército estaba acampado dentro de su territorio. También se enteraron de la consigna real de destruir al pueblo hasta aniquilarlo. Entonces se dijeron unos a otros: "Libremos a nuestro pueblo de la ruina y luchemos por él y por el Santuario".
Inmediatamente, Judas puso oficiales al frente del ejército: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez hombres. A los que estaban construyendo su casa, a los que acababan de casarse o de plantar una viña y a los que tenían miedo, les ordenó que volvieran cada uno a su casa, conforme a la Ley.
Luego avanzó con el ejército y acampó al sur de Emaús. Judas les dijo:
"Cíñanse las armas, compórtense valerosamente y estén preparados mañana al amanecer para atacar a esos paganos que se han aliado contra nosotros a fin de destruirnos y destruir nuestro Santuario. Porque es preferible para nosotros morir en el combate que ver las desgracias de nuestra nación y del Santuario.
¡Se cumplirá lo que el Cielo disponga!"


También les dijo:
(I Macabeos 4:8-10) Judas dijo a sus hombres: "No teman a esa muchedumbre ni se asusten por sus ataques. Recuerden cómo se salvaron nuestros padres en el Mar Rojo, cuando el Faraón los perseguía con un ejército.  Invoquemos ahora al Cielo para que tenga piedad de nosotros y se acuerde de la alianza que hizo con nuestros padres, derrotando hoy a este ejército delante de nosotros. Así reconocerán todas las naciones que hay Alguien que libera y salva a Israel".


Efectivamente, los judíos fieles vencieron, porque Dios así lo quiso.  Este fue el PRIMER MILAGRO de Januka: la victoria del pequeño sobre el gigante. 

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