jueves, 22 de diciembre de 2011

JANUKA IV: Libros de los Macabeos


La historia de Januka se encuentra en los libros históricos de los Macabeos.

El primer libro de los Macabeos narra la historia de Israel en el siglo 2 a.C.  En esa época, el territorio de Israel había caído bajo el dominio de los reyes griegos que sucedieron a Alejandro Magno.  Estos reyes, a veces ayudados por algunos judíos helenizados, quisieron imponer en Israel las costumbres paganas (cap. 1). Sin embargo, otros judíos se rebelaron, bajo la dirección del sacerdote Matatías y sus hijos (cap. 2).  Aun después que Matatías muriera, la rebelión siguió  bajo el mando de sus hijos: Judas (caps. 3-9), Jonatán (caps. 9-12) y Simón (caps. 13-16).  A ellos se les llamaron “los Macabeos”. 

El segundo libro de los Macabeos no es una continuación del primero, sino que es la narración de los mismos sucesos pero desde otra perspectiva.  El énfasis está puesto en la historia de Judas Macabeo y en lo que sucedió en el Templo de Jerusalén. 

A continuación les presento varios segmentos de ambos libros, en forma de resumen:

ALEJANDRO Y ANTÍOCO
(I Macabeos 1:7-15) Alejandro murió después de reinar doce años, y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada uno en su propia región.   Apenas murió, todos se ciñeron la corona, y sus hijos los sucedieron durante muchos años, llenando la tierra de calamidades.
De ellos surgió un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete del Imperio griego.  Fue entonces cuando apareció en Israel un grupo de renegados que sedujeron a muchos, diciendo: "Hagamos una alianza con las naciones vecinas, porque desde que nos separamos de ellas, nos han sobrevenido muchos males". 
Esta propuesta fue bien recibida, y algunos del pueblo fueron en seguida a ver al rey y este les dio autorización para seguir las costumbres de los paganos.  Ellos construyeron un gimnasio en Jerusalén al estilo de los paganos, disimularon la marca de la circuncisión y, renegando de la santa alianza, se unieron a los paganos y se entregaron a toda clase de maldades.


Aunque la “helenización” parecía algo bueno al pueblo, en realidad es opuesto a lo que la Biblia enseña.  El pueblo de Dios no debe mezclarse con las naciones paganas ni adquirir sus costumbres, ni hacer alianzas con ellas. 

Algunos judíos argumentaban que “les había ido mal desde se separaron de las naciones paganas”, pero en realidad era todo lo contrario.  Siempre las imitaron, y por eso les iba mal.  La obediencia a los preceptos divinos es lo que abre las puertas de la bendición, porque Dios sabe lo que nos conviene. 

CONQUISTA Y PROFANACIÓN DEL TEMPLO
(I Macabeos 1:20-25) Después de derrotar a Egipto, [Antíoco]…subió contra Israel, llegando a Jerusalén con un poderoso ejército.  Antíoco penetró arrogantemente en el Santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro con todas sus lámparas, la mesa de los panes de la ofrenda, los vasos para las libaciones, las copas, los incensarios de oro, el cortinado y las coronas, y arrancó todo el decorado de oro que recubría la fachada del Templo. Tomó también la plata, el oro, los objetos de valor y todos los tesoros que encontró escondidos.
Cargó con todo eso y regresó a su país, después de haber causado una gran masacre y de haberse jactado insolentemente.  Una gran consternación se extendió por todo Israel.


DECRETO DE ANTÍOCO IV
(I Macabeos 1:41-50)  El rey promulgó un decreto en todo su reino, ordenando que todos formaran un solo pueblo y renunciaran a sus propias costumbres. Todas las naciones se sometieron a la orden del rey y muchos israelitas aceptaron el culto oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.
Además, el rey envió mensajeros a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con la orden escrita de que adoptaran las costumbres extrañas al país: los holocaustos, los sacrificios y las libaciones debían suprimirse en el Santuario; los sábados y los días festivos debían ser profanados; el Santuario y las cosas santas debían ser mancillados; debían erigirse altares, recintos sagrados y templos a los ídolos, sacrificando cerdos y otros animales impuros; los niños no debían ser circuncidados y todos debían hacerse abominables a sí mismos con toda clase de impurezas y profanaciones, olvidando así la Ley y cambiando todas las prácticas.  El que no obrara conforme a la orden del rey, debía morir.

Esto es lo que se conoce como “la abominación desoladora”.
(I Macabeos 1:54-57) El día quince del mes de Quisleu, en el año ciento cuarenta y cinco, el rey hizo erigir sobre el altar de los holocaustos la Abominación de la desolación. También construyeron altares en todos las ciudades de Judá.  En las puertas de las casas y en las plazas se quemaba incienso.  Se destruían y arrojaban al fuego los libros de la Ley que se encontraban, y al que se lo descubría con un libro de la Alianza en su poder, o al que observaba los preceptos de la Ley, se lo condenaba a muerte en virtud del decreto real.

Pero aun en medio de la persecución, siempre queda un remanente fiel.
(I Macabeos 1:62-63) Sin embargo, muchos israelitas se mantuvieron firmes y tuvieron el valor de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que mancharse con esos alimentos y quebrantar la santa alianza, y por eso murieron.


En la siguiente publicación leeremos acerca de una familia que no se quedó con los brazos cruzados, sino que se levantó a defender su fe...

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