(Día 7)
La tercera de las bendiciones en el Reino de los Cielos es:
“Benditos los humildes, pues ellos
heredarán la tierra.” (Mateo
5:5)
Actualmente se usa la palabra “humilde” como sinónimo de “pobre”,
pero ese no es el concepto que habla la Biblia. En la perspectiva bíblica, la humildad es
reconocer quién es uno, en relación con Dios. Una
persona humilde no se cree ni más, ni menos que las demás personas.
(Romanos 12:3) Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de
vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense
con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.
Algunos creen que ser humilde es sólo reconocer los defectos
propios, pero no las virtudes. Eso sería “falsa humildad”, ya que la persona se
hace de menos ante los demás; y la falsa humildad es una especia de “orgullo
espiritual”. La verdadera humildad es el
reconocimiento de quién es uno, con virtudes y defectos, y cuál es su lugar con
respecto a Dios.
LA VISTA HACIA EL
CIELO
Lo que mantiene humilde a una persona es tener los ojos
puestos en Dios. Eso nos mantiene en perspectiva. No podemos creernos más sabiendo quién es
Dios, y lo que somos en comparación con Él.
Nosotros fuimos creados a Su imagen, y nuestra meta es ser como Él. “Sed perfectos como el Padre es perfecto”
(Mat. 5:48). ¿Cuánto nos falta? Ante esa realidad, no nos queda más que ser
humildes.
Permaneceremos humildes si nuestro objetivo es quedar bien
con Dios, en lugar de los hombres (Gal. 1:10).
(Santiago 4:4-10) ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo
de Dios. (5) ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El
celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros? (6)
Pero El da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes. (7) Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues,
al diablo y huirá de vosotros. (8) Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros.
Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad
vuestros corazones. (9) Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa
se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza.
(10) Humillaos en la presencia
del Señor y El os exaltará.
El mejor ejemplo de humildad nos lo dio Jesús. A pesar de ser quién era, Él no buscó el
reconocimiento y aprobación de los demás; Él no se defendió ante la crítica de
los hombres. Él sabía quién era, y lo
que debía hacer—y eso bastaba. Al único
que buscaba agradar era al Padre. Jesús es
el mejor ejemplo de humildad, y debemos aprender de Él.
(Mateo 11:29) Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.
Aparte del Señor Jesús, la persona más humilde en la
historia de la Biblia fue Moisés.
(Números 12:3,6-8) Moisés era un hombre muy humilde,
más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra… (6) El dijo: Oíd ahora mis palabras: Si entre
vosotros hay profeta, yo, el SEÑOR, me manifestaré a él en visión. Hablaré con
él en sueños. (7) No así con mi siervo Moisés; en toda mi casa
él es fiel. (8) Cara a cara hablo con él, abiertamente y no
en dichos oscuros, y él contempla la imagen del SEÑOR…
No es casualidad que Moisés fue el más humilde, ya que él también
fue quien más cerca estuvo de Dios.
Cuando tenemos la vista hacia el Cielo, no nos queda otra que ser
humildes, porque reconocemos quiénes somos ante Dios. Entramos en la perspectiva eterna.
El problema es cuando ponemos la vista en este mundo, pues
comenzamos a compararnos con los demás. Llegamos
a creernos mejores o peores que los otros, y nos olvidamos quiénes somos ante
Dios. Si volvemos la vista hacia este
mundo, comenzaremos a tratar de impresionar a los demás, o a defendernos de
ellos. Así se pierde la humildad, y
entra el orgullo y la vanidad.
Debemos ser humildes delante de los hombres, pero sobre todo
delante de Dios. El es DIOS, y debemos aprender cuál es nuestro lugar ante
Él.
(Isaías 66:1-2) Así dice el SEÑOR: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis
pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podríais edificarme? ¿Dónde está el lugar
de mi reposo? (2) Todo esto lo hizo mi mano, y así todas estas
cosas llegaron a ser--declara el SEÑOR. Pero a éste miraré: al que es humilde y
contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra.
Ante la presencia de Dios, no cabe ningún otro ego. Sólo el humilde puede estar con Él. Para poder recibir de Dios, primero debemos
vaciarnos.
(Isaías 57:15-19) Porque así dice el
Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y
santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el
espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos. (16)
Porque no contenderé para siempre, ni estaré siempre enojado, pues el
espíritu desfallecería ante mí, y el aliento de los que yo he creado. (17) A
causa de la iniquidad de su codicia, me enojé y lo herí; escondí mi rostro y me
indigné, y él siguió desviándose por el camino de su corazón. (18)
He visto sus caminos, pero lo sanaré; lo guiaré y le daré consuelo a él
y a los que con él lloran, (19) poniendo alabanza en los labios. Paz, paz al
que está lejos y al que está cerca --dice el SEÑOR-- y yo lo sanaré.
Lo opuesto a la humildad es la altivez, el orgullo y la
soberbia, todo lo cual lleva a creerse más de lo que uno es en realidad. Pero, al final, ¿con qué quedamos? …con
nada. Es mejor vaciarse ante Dios para
recibir de Él, que creernos que tenemos algo, y al final darnos cuenta que no
tenemos nada.
(Proverbios 18:12) Antes de la destrucción el corazón del hombre es altivo, pero a la
gloria precede la humildad.
Hoy vimos lo que es la humildad en relación con Dios, y
mañana veremos el efecto que ésta tiene en nuestras vidas...
ORACIÓN
Señor,
reconozco que no he sido humilde, y te pido perdón. He permitido que el orgullo entre en mi
corazón. Pero ya no quiero eso para mi
vida.
No quiero que
me rechaces por ser soberbio; más bien, necesito de Tu gracia para ser humilde.
Hoy tomo la decisión de someterme a Ti y humillarme ante Tu presencia. Señor, quiero limpiar mis manos y purificar
mi corazón.
Hoy reconozco
que Tú eres el Alto y Sublime, y que vives para siempre. Tú eres santo y perfecto. En Tu presencia no cabe otro ego, pues Tú lo llenas
todo. Por lo tanto, saco la soberbia de
mi vida, y me presento con corazón contrito y espíritu humilde ante Ti. Sólo Tú me puedes llenar y dar vida. Seguiré el
ejemplo de Jesús, quien es manso y humilde de corazón.
[Isa. 57:15; Santiago 4:6-10, Mateo 11:29]
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