(Día 38)
Hace unos días comentamos sobre la diferencia que Jesús hizo
entre “ver” el Reino, y “entrar” en el Reino.
Volveremos a mencionarlo, porque es crucial para entender el mensaje
final del Sermón del Monte.
Jesús dijo que para VER
el Reino es necesario nacer de nuevo.
(Juan 3:3) Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no
nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Nacer de nuevo es confesar y reconocer que Jesús es nuestro
Salvador.
(1 Juan 5:1) Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo
aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de El.
Pero para ENTRAR
al Reino, se necesita de algo más.
(Juan 3:5-6) Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua
y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo
que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu
es.
Nacer del agua y del espíritu implica una transformación de
vida. Luego de reconocer a Jesús como
Salvador, también debemos reconocerlo como Señor. Esto significa que haremos lo que Él
manda.
Jesús dijo al final del Sermón:
(Mateo 7:21) No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos.
Entrar al Reino implica hacer las cosas como Dios manda. Todo Reino tiene leyes y normas. Si uno no las cumple, puede terminar en
prisión o en el exilio. Lo mismo es con
el Reino de Dios. Luego de salvarnos, el
Señor nos abre las puertas de Su Reino.
Él espera que le reconozcamos como Rey y que nos sometamos a Su
orden.
Lamentablemente, mucha gente se engaña a sí misma creyendo
que está viviendo en el Reino sólo porque hizo la confesión de fe o porque va a
la iglesia los domingos y hace prácticas religiosas. Pero si no transforman su vida ni viven según
las leyes del Reino, entonces aún no han “entrado” en el Reino.
Por eso Jesús dijo lo siguiente:
(Mateo 7:22-23)
Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?" (23) Y entonces les declararé: "Jamás os
conocí; apartaos de mí, los que practicáis iniquidad."
La palabra que se traduce como “iniquidad”, en griego es: Anomia,
que literalmente significa: “sin ley, sin Torá” (A—sin; Nomos—ley
escrita).
(Tito 1:16) Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo
abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena.
En la línea del mensaje de Jesús, Pablo escribió lo
siguiente:
(2 Timoteo 2:15-16,19)
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de
verdad. (16) Evita las palabrerías vacías y profanas,
porque los dados a ellas, conducirán más y más a la impiedad, … (19) No obstante, el sólido fundamento de Dios
permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos, y:
Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor.
En el Reino de Dios no basta con oir la Palabra, sino se
espera que la actuemos y la vivamos.
(Santiago 1:21-22) Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid
con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras
almas. (22) Sed hacedores de la palabra y no solamente
oidores que se engañan a sí mismos.
Mañana leeremos una parábola que Jesús contó para ilustrar
este mensaje…
ORACION
Mis ojos espirituales
fueron abiertos al creer en Ti, Jesús. He visto el Reino, pero ahora quiero
entrar en Él. No quiero quedarme fuera
de tan grande bendición. Dios mío,
quiero llamarte “Señor” no sólo del diente al labio sino de verdad. Quiero llamarte Señor porque te he reconocido
como el Rey de mi vida, a quien tengo que someterme y a quien obedeceré. Quiero vivir Tu Reino, y no sólo saber de
Él. Quiero ser hacedor de Tu Palabra, y no
sólo oidor.
Señor, hoy me
propongo a desechar toda inmundicia y malicia, y me preparo a recibir con
humildad Tu Palabra, que es poderosa para sanarnos y hacernos completos. Guíame por tu camino. Deseo conducirme honradamente en todo, y ser
apto en toda obra buena para hacer Tu voluntad.
Obra en mi vida lo que es agradable para Ti. Y a Dios sea la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
[Santiago 1:21-22; Hebreos 13:18-21]
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