jueves, 2 de octubre de 2014

Salmo 119:161-168. SHIN

Salmo 119:161-168. SHIN
(Día 38)

La penúltima letra del alfabeto hebreo es Shin (ש), y esta es la estrofa relacionada con dicha letra…

Salmo 119: 161-168. Shin
(161) Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras [Dabar].
(162) Me regocijo en tu palabra [Imra] como el que halla muchos despojos.
(163) La mentira aborrezco y abomino; tu ley [Torá] amo.
(164) Siete veces al día te alabo a causa de tus justos juicios [Mishpatim].
(165) Mucha paz tienen los que aman tu ley [Torá], y no hay para ellos tropiezo.
(166) Tu salvación he esperado, oh Jehová, y tus mandamientos [Mitzvot] he puesto por obra.
(167) Mi alma ha guardado tus testimonios [Edot], y los he amado en gran manera.
(168) He guardado tus mandamientos [Pikudim] y tus testimonios [Edot], porque todos mis caminos están delante de ti.


En esta estrofa sale a relucir el amor que el salmista tiene por la Palabra de Dios. 
“La mentira aborrezco pero tu Ley amo”; “Mucha paz tienen los que aman tu ley”;
“Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera”. (119:163,165,167)

Es difícil entender este amor por la Ley a menos que uno lo haya experimentado.  Por la naturaleza pecaminosa del hombre, éste tiende a rechazar las leyes y las normas en general, porque siente que lo limitan.  Pero cuando conocemos a Dios, el corazón del creyente cambia y llega a apreciar la Ley.  Primero obedece para honrar a Dios, y luego llega a amar la Torá porque aprecia el beneficio de ésta.  Jesús dijo:
(Juan 14:21)  El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;  y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.
(Juan 14:23-24)  Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará;  y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.  (24)  El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.

Amar a Dios nos lleva a amar su Ley, porque en ella está plasmada la mente y el corazón de Dios.  Al leer la Palabra de Dios y ponerla en práctica en la vida, descubrimos la bendición que viene a través de ella.  Como consecuencia, llegamos a apreciar la Ley no como una carga sino como un regalo.  Esto es lo que expresó el salmista en el siguiente versículo:
(Salmo 119:162) Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos.

Los “despojos” es el botín y la recompensa que resulta de una batalla.  A veces la obediencia a los mandamientos parece una batalla ya que cuesta, pero la recompensa es grande.



Oremos…
Señor, primero quiero pedirte perdón si en algún momento he rechazado tu Torá.  Si lo hice fue por ignorancia, ya que yo te amo.  Pero hoy entiendo que el amor se expresa con hechos, y si digo que te amo, también amaré tu Palabra y la guardaré.  Inclino mi corazón a cumplir tus estatutos. 
Me regocijo en tu palabra, como quien halla un gran botín; lo veo como un regalo al cual recibo con los brazos abiertos. Por heredad he tomado tus testimonios para siempre. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal.  Tus juicios son verdad,  todos justos.  Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.  ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.  Preserva también a tu siervo de la soberbia; que no se enseñoree de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.  Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Yehová, roca mía, y redentor mío. Mi escondedero y mi escudo eres tú; en tu palabra esperaré.


[Salmo 119:111-114; Salmo 19:9-14; Salmo 119:161-168]


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