miércoles, 10 de septiembre de 2014

Salmo 119:45-48. VAV (b)

(Día 16) 


La estrofa Vav termina así…

(Salmo 119:45-48)

(45)  Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos [Pikudim].
(46)  Hablaré de tus testimonios [Edot] delante de los reyes, y no me avergonzaré;
(47)  Y me regocijaré en tus mandamientos [Mitzvot], los cuales he amado.
(48)  Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos [Mitzvot] que amé, y meditaré en tus estatutos [Jukim].

Algunos creen que “hacer lo que quieren” es libertad, pero no es así; más bien, eso se llama “libertinaje”, lo cual es sinónimo de pecado.  Quien peca no anda en libertad, sino se esconde y se avergüenza.  Por el contrario, quien obedece y guarda los mandamientos no tiene nada que esconder ni de qué avergonzarse, por lo tanto vive en libertad.  
(Salmo 119:45)  Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos.

Jesús enseñó que la verdadera libertad viene de conocer la verdad y obedecer la Palabra de Dios.
(Juan 8:31-36)  Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;  (32) y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.  (33) Le respondieron:  Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie.  ¿Cómo dices tú: Seréis libres?  (34) Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.  (35) Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.  (36) Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

También Santiago (Jacobo, hermano de Jesús) escribió al respecto…
(Santiago 1:22-25)  Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,  engañándoos a vosotros mismos.  (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.  (24) Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.  (25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad,  y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

El Salmo 119 nos invita a amar los mandamientos.  Este es un amor que no nace “naturalmente”.  Al principio guardamos los mandamientos por obediencia, y porque trae bendición.  Pero luego aprendemos a amarlos porque nos damos cuenta que son una bendición.  Al final se hará evidente que si amamos a Dios, amaremos también sus mandamientos.
(Juan 14:15)  Si me amáis, guardad mis mandamientos.

(Juan 14:21)  El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;  y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.

Por el contrario, la Biblia también habla de personas que se avergonzarán de la Ley, porque van a querer quedar bien ante los hombres.  A ellos, Jesús dijo lo siguiente:
(Marcos 8:38)  Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

¡Pidamos a Dios que nos libre de esto!




Oremos…
Dios mío, te amo a Ti y amo tu Palabra.  Quiero conocer tu verdad, pues sé que me hará libre.  Quiero ser hacedor de la palabra, y no tan solamente oidor, engañándome a mí mismo.   Quiero mirar atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y perseverar en ella.  Andaré en libertad, porque busco tus preceptos.
Señor, no seré oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, pues sé que bendición alcanzará a quien lo haga.  Permaneceré en tu palabra, y seré verdaderamente tu discípulo. 
Me deleitaré en tus mandamientos y meditaré en tus estatutos, oh Yehová, porque te amo a Ti y amo Tu Ley.  Guardaré tus mandamientos y los pondré por obra, porque ésta es mi sabiduría y mi inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta”.  Hablaré de tus testimonios delante de cualquier persona, y  echaré fuera de mí toda pena.  No me avergonzaré del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.  Y para Ti, Yehová, sea toda la gloria. Amén.

[Salmo 119:45-48; Juan 8:31-36; Santiago 1:22-25; Romanos 1:16; Deuteronomio 4:6]


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