martes, 23 de septiembre de 2014

Salmo 119:97-100. MEM

(Día 29)

Hoy comenzamos una nueva estrofa basada en la letra hebrea Mem (מ)

Salmo 119:97-100

(97) ¡Oh, cuánto amo yo tu ley [Torá]!  Todo el día es ella mi meditación.
(98) Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos [Mitzvot], porque siempre están conmigo.
(99) Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios [Edot] son mi meditación.
(100)  Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos [Pikudim].

Cuando un creyente comienza a estudiar la Torá, es natural que la termine amando, no sólo por la profunda sabiduría que allí se encuentra, sino sobre todo porque revela la mente y el corazón de Dios.  

La Biblia contiene el secreto de la vida, y nos enseña cómo debemos vivir para que nos vaya bien.  Es un secreto que no conoce nadie en el mundo, y el pueblo de Dios es afortunado de tener. 
(Deuteronomio 4:5-9)  Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos,  como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella.  (6)  Guardadlos, pues,   ponedlos por obra;  porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. (7)  Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? (8) Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? (9) Por tanto, guárdate,  y guarda tu alma con diligencia,  para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.

No sólo se trata de “leer” la Biblia, sino de “meditar” en ella, y por supuesto, luego, ponerla por obra.  Así llega la bendición.
(Josué 1:8) Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.




Oremos…
Yehová, Tú eres mi Dios.  Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, y con todas mis fuerzas.  Y porque te amo, guardaré tus mandamientos. Tus palabras que nos has mandado, estarán en mi corazón; y las repetiré a mis hijos, y hablaré de ellas estando en mi casa, y andando por el camino, y al acostarme, y cuando me levante.
Señor, en Tu ley está mi delicia, y en ella meditaré de día y de noche.  Por eso seré como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que haga será prosperado.  Tus testimonios son mi meditación, y por eso tengo más discernimiento que todos mis maestros.  Entiendo más que los ancianos, porque tus preceptos he guardado.  Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos. Gracias, Señor, porque Tú das la sabiduría, y de Tu boca viene el conocimiento y la inteligencia.  Provees de sana sabiduría a los rectos, y eres escudo a los que caminan rectamente.


[Deuteronomio 6:5-7; Juan 14:15; Salmo 1:1-3; Salmo 119:97-100; Proverbios 2:6-7]

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