(Día 29)
Hoy comenzamos una nueva estrofa basada en la
letra hebrea Mem (מ)…
Salmo 119:97-100
(97) ¡Oh, cuánto amo yo tu ley [Torá]! Todo el día es ella mi meditación.
(98) Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos [Mitzvot], porque
siempre están conmigo.
(99) Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios [Edot] son mi
meditación.
(100) Más que los viejos he
entendido, porque he guardado tus mandamientos [Pikudim].
Cuando un creyente comienza a estudiar la Torá,
es natural que la termine amando, no sólo por la profunda sabiduría que allí se
encuentra, sino sobre todo porque revela la mente y el corazón de Dios.
La Biblia contiene el secreto de la vida, y nos
enseña cómo debemos vivir para que nos vaya bien. Es un secreto que no conoce nadie en el
mundo, y el pueblo de Dios es afortunado de tener.
(Deuteronomio 4:5-9) Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis
así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. (6)
Guardadlos, pues, ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos
estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta.
(7) Porque ¿qué nación grande hay que
tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo
cuanto le pedimos? (8) Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? (9) Por
tanto, guárdate, y guarda tu alma con
diligencia, para que no te olvides de
las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de
tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.
No sólo se trata de “leer” la Biblia, sino de “meditar”
en ella, y por supuesto, luego, ponerla por obra. Así llega la bendición.
(Josué 1:8) Nunca se apartará de tu boca este
libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y
hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás
prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.
Oremos…
Yehová, Tú eres mi Dios. Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma,
y con todas mis fuerzas. Y porque te
amo, guardaré tus mandamientos. Tus palabras que nos has mandado, estarán en mi
corazón; y las repetiré a mis hijos, y hablaré de ellas estando en mi casa, y
andando por el camino, y al acostarme, y cuando me levante.
Señor, en Tu ley está mi delicia, y en ella meditaré
de día y de noche. Por eso seré como
árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su
hoja no cae, y todo lo que haga será prosperado. Tus testimonios son mi meditación, y por eso
tengo más discernimiento que todos mis maestros. Entiendo más que los ancianos, porque tus
preceptos he guardado. Tus mandamientos
me hacen más sabio que mis enemigos. Gracias, Señor, porque Tú das la
sabiduría, y de Tu boca viene el conocimiento y la inteligencia. Provees de sana sabiduría a los rectos, y
eres escudo a los que caminan rectamente.
[Deuteronomio 6:5-7; Juan 14:15; Salmo 1:1-3; Salmo
119:97-100; Proverbios 2:6-7]
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