Sobre la muralla
de Jerusalén hay una caminata. Originalmente ésta servía para que por allí se
pasearan los guardas del muro o atalayas. Estos se turnaban día y noche para
proteger la ciudad de los enemigos, en especial durante el día cuando las
puertas permanecían abiertas. Desde arriba del muro podían divisar cualquier
persona que se acercara a la ciudad; si divisaban un ejército enemigo, de
inmediato cerraban las puertas para que ellos no penetraran.
En un sentido
espiritual, los intercesores y los profetas sirven como atalayas para el pueblo
de Dios. Ellos tienen el don de ver a largo plazo y de divisar los peligros
espirituales. Su mandato espiritual es “sonar la trompeta” y advertir al pueblo
de alguna amenaza espiritual.
(Jeremías 6:16-19) Así
dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas
antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para
vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. (17) Puse también sobre vosotros
atalayas, que dijesen: Escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No
escucharemos. (18) Por tanto, oíd, naciones, y entended, oh congregación, lo
que sucederá. (19) Oye, tierra: He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el
fruto de sus pensamientos; porque no escucharon mis palabras, y aborrecieron mi
ley.
Si somos sabios,
haremos bien en oír la voz del atalaya, la advertencia del profeta. Muchas
veces ellos nos dicen cosas que no queremos oír, pues a veces la verdad duele.
Pero la advertencia es para nuestro beneficio, y deberíamos prestarle atención.
En cuanto al
atalaya y el profeta, ellos tienen la obligación de hablar. Aunque corran el
riesgo de ser rechazados por el mensaje fuerte que traen, ellos tienen la
responsabilidad ante de Dios de advertir al pueblo.
(Ezequiel 3:17-21) Hijo
de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la
palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío:
De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea
apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad,
pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no
se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero
tú habrás librado tu alma. Si el justo
se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de
él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus
justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu
mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto
vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma.
RECORDADORES
El profeta
Isaías dice que en los últimos tiempos el Señor levantará un ejército de
intercesores que orarán por Jerusalén. Ellos no pararán hasta que ella haya
sido restaurada.
(Isaías 62:6-7)
Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardas que
no callarán ni de día ni de noche. ¡Los que os acordáis de Jehová, no
descanséis ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga
por alabanza en la tierra!
La frase: “los
que os acordáis de Yehová”, en hebreo es: Mezajarim, que literalmente significa: “recordadores”. Viene
del verbo Zajar, que
significa: recordar, mencionar, conmemorar, traer a memoria.
Los
“recordadores de Yehová” son aquellas personas que recordarán al Señor lo que
ha prometido, a través de oraciones. El Señor les dice que no paren de orar hasta
que Jerusalén sea “restablecida” (heb. Kun: levantada,
establecida, fig. próspera), es decir, hasta que las naciones le den gloria a
Dios por lo que Él hará en ella.
¿Acaso el Señor
necesita que le “recordemos” acerca de Jerusalén? Sabemos que Dios no se olvidará
jamás de Su Cuidad elegida porque la ama y desea fervientemente su restauración. Más
bien, el “recordatorio” es para nosotros, para que no olvidemos lo que Dios ha
prometido con respecto a Jerusalén, y para que no nos dejemos llevar por las
circunstancias sino que creamos lo que el Señor ha prometido que hará con
Jerusalén.
Si en la
historia Dios ha permitido que Jerusalén caiga y sea destruida, no es porque
Dios se olvidó de ella o porque los enemigos han sido más fuertes. Más bien,
Dios lo ha permitido a causa del pecado del pueblo. A Dios le interesa más los
corazones que las piedras y los edificios. La restauración de Jerusalén no sólo
se dará en el ámbito material sino también espiritual.
(Miqueas 7:8-11)
Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque
caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. (9) La ira de
Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi
justicia; él me sacará a luz; veré su justicia. (10) Y mi enemiga lo verá, y la
cubrirá vergüenza; la que me decía: ¿Dónde está Jehová tu Dios? Mis ojos la
verán; ahora será hollada como lodo de las calles. (11) Viene el día en que se
edificarán tus muros; aquel día se extenderán los límites.
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