La última revelación de Daniel abarca los
capítulos 10, 11 y 12. El tiempo en el que la recibió fue durante el reinado de
Ciro, que fue el rey que emitió el decreto para liberar a los judíos del
cautiverio en Babilonia, dándoles permiso de retornar a su tierra original
(Esdras 1:1-4). Curiosamente, Daniel no se unió al retorno, tal vez porque era
muy anciano, o porque su presencia era necesitada en Persia, donde él era uno
de los principales gobernadores.
Cuando Daniel tuvo la revelación del
capítulo 10, ya habían pasado dos años desde esa autorización.
(Daniel 10:1) En el año tercero de Ciro rey de
Persia fue revelada palabra a Daniel, llamado Beltsasar; y la palabra era
verdadera, y el conflicto grande; pero él comprendió la palabra, y tuvo
inteligencia en la visión.
AYUNO
DE DANIEL
Antes del encuentro divino, Daniel se
dispuso a ayunar para recibir revelación, y lo hizo por tres semanas:
(Daniel 10:2-3) En aquellos días yo Daniel estuve
afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi
boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres
semanas.
Daniel hizo un ayuno parcial, probablemente porque él tenía que seguir trabajando
en los asuntos del reino. Pero el hecho de abstenerse de carne, vino, postres y
perfume, esto tiene un efecto en el alma y el espíritu del hombre. Y en este
tiempo de ayuno parcial, Daniel buscó a Dios en oración para recibir
revelación, y la recibió…
VISITACIÓN
Luego de las tres semanas de ayuno (hasta
el 24 de Nisan), Daniel tuvo una visitación muy especial:
(Daniel 10:4-6) Y el día veinticuatro del mes
primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y
he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su
cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como
antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y
el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.
A primera vista, la descripción podría
parecernos que se refiere a un ángel especial. Sin embargo, al compararla con
otras escrituras, descubrimos que esta es la misma descripción que Juan hace
del “Hijo del Hombre” en Apocalipsis, a quien se identifica como Jesús el
Mesías (heb. Yeshua HaMashiaj). Les invito a que comparen las dos escrituras
(Dan. 10:4-6 y Apoc. 1:13-17).
(Apocalipsis 1:13-17) y en medio de los siete candeleros,
a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta
los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus
cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de
fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un
horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete
estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como
el sol cuando resplandece en su fuerza.
Esta descripción de Jesús es muy
diferente a la que vemos en los Evangelios, donde se nos presenta al Cordero de
Dios, como un hombre sencillo y humilde, que vino a morir por la humanidad.
Daniel y Juan vieron a Jesús de la forma en que él se presentará en su segunda
venida, en un cuerpo glorificado, que viene como rey a gobernar (figura de
vestidura elegante, con cinto de oro, rostro resplandeciente y una espada de
dos filos) y como juez a juzgar al mundo (figura del bronce y los ojos de
fuego). [Nota: les recomiendo leer el estudio sobre esta descripción de Jesús
en: Apocalipsis 1:12-20.]
REACCIÓN
A LA VISIÓN
En Apocalipsis, leemos la reacción que
Juan tuvo al ver a Jesús glorificado.
(Apocalipsis 1:17) Cuando le vi, caí como muerto a sus
pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y
el último.
Una reacción similar tuvo Daniel ante la
aparición del “Hijo del Hombre” (Jesús).
(Daniel 10:7-9) Y sólo yo, Daniel, vi aquella
visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de
ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y
vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en
desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de sus
palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo
sueño, con mi rostro en tierra.
Un dato interesante es que Daniel no
estaba solo en el momento de la visión; sin embargo, sólo él lo vio, ya que los
otros acompañantes huyeron. No todas las personas tienen ojos para ver el
ámbito espiritual. Lo mismo sucedió con Pablo cuando Jesús se le apareció en el
camino a Damasco (Hechos 9:3-7).
Tanto Daniel como Juan cayeron como
muertos ante la presencia de Jesús glorificado. Pero el Señor no quería que
quedara tirado en el suelo, así que reincorporó a Daniel dándole fuerzas y ánimo.
(Daniel 10:10-12) Y he aquí una mano me tocó, e hizo
que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me
dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y
ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo,
me puse en pie temblando.
Tal vez sea normal que una persona se
asuste ante la presencia de Dios o ante la aparición de un ángel, pero el
propósito no es provocar temor, sino darnos un mensaje. Y eso es lo que le dijo
el Señor:
(Daniel 10:12) Entonces me dijo: Daniel, no temas;
porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte
en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus
palabras yo he venido.
Esto nos enseña que hay dos actitudes del
corazón que abren los ojos y oídos espirituales para recibir revelación de
Dios: (a) disposición a entender; y (b) humildad ante Dios. Estas dos actitudes
demuestran la voluntad de buscar la voluntad y el deseo de Dios—contrario a
buscar a Dios para que cumpla nuestros deseos personales. Esto me recuerda al
versículo en los Salmos que dice:
(Salmo 21:2) Tú le has dado el deseo de su corazón, y no le
has negado la petición de sus labios.
Esto no quiere decir que “Dios cumple mi
deseo”; más bien, Dios pone Su deseo perfecto en mi corazón, y eso me lleva a
orar para que el deseo de Dios se cumpla, y cuando lo pedimos, el Cielo se abre
para cumplirlo. Esto fue lo que pasó con Daniel: él se dispuso a entender la
voluntad de Dios y a someterse a ella, y al pedirla fue oída su oración y
respondida de inmediato—aunque veremos a continuación que hubo una batalla
espiritual para ver la respuesta…
En la próxima entrada, terminaremos de estudiar
el capítulo 10 de Daniel…
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