sábado, 14 de diciembre de 2019

DANIEL 10:1-12. Visión de Daniel junto al río


La última revelación de Daniel abarca los capítulos 10, 11 y 12. El tiempo en el que la recibió fue durante el reinado de Ciro, que fue el rey que emitió el decreto para liberar a los judíos del cautiverio en Babilonia, dándoles permiso de retornar a su tierra original (Esdras 1:1-4). Curiosamente, Daniel no se unió al retorno, tal vez porque era muy anciano, o porque su presencia era necesitada en Persia, donde él era uno de los principales gobernadores. 

Cuando Daniel tuvo la revelación del capítulo 10, ya habían pasado dos años desde esa autorización.
(Daniel 10:1) En el año tercero de Ciro rey de Persia fue revelada palabra a Daniel, llamado Beltsasar; y la palabra era verdadera, y el conflicto grande; pero él comprendió la palabra, y tuvo inteligencia en la visión.

AYUNO DE DANIEL
Antes del encuentro divino, Daniel se dispuso a ayunar para recibir revelación, y lo hizo por tres semanas:
(Daniel 10:2-3) En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas.

Daniel hizo un ayuno parcial, probablemente porque él tenía que seguir trabajando en los asuntos del reino. Pero el hecho de abstenerse de carne, vino, postres y perfume, esto tiene un efecto en el alma y el espíritu del hombre. Y en este tiempo de ayuno parcial, Daniel buscó a Dios en oración para recibir revelación, y la recibió…


VISITACIÓN
Luego de las tres semanas de ayuno (hasta el 24 de Nisan), Daniel tuvo una visitación muy especial:
(Daniel 10:4-6) Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.

A primera vista, la descripción podría parecernos que se refiere a un ángel especial. Sin embargo, al compararla con otras escrituras, descubrimos que esta es la misma descripción que Juan hace del “Hijo del Hombre” en Apocalipsis, a quien se identifica como Jesús el Mesías (heb. Yeshua HaMashiaj). Les invito a que comparen las dos escrituras (Dan. 10:4-6 y Apoc. 1:13-17).
(Apocalipsis 1:13-17) y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.

Esta descripción de Jesús es muy diferente a la que vemos en los Evangelios, donde se nos presenta al Cordero de Dios, como un hombre sencillo y humilde, que vino a morir por la humanidad. Daniel y Juan vieron a Jesús de la forma en que él se presentará en su segunda venida, en un cuerpo glorificado, que viene como rey a gobernar (figura de vestidura elegante, con cinto de oro, rostro resplandeciente y una espada de dos filos) y como juez a juzgar al mundo (figura del bronce y los ojos de fuego). [Nota: les recomiendo leer el estudio sobre esta descripción de Jesús en: Apocalipsis 1:12-20.]

REACCIÓN A LA VISIÓN
En Apocalipsis, leemos la reacción que Juan tuvo al ver a Jesús glorificado.
(Apocalipsis 1:17) Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último.

Una reacción similar tuvo Daniel ante la aparición del “Hijo del Hombre” (Jesús).
(Daniel 10:7-9) Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en tierra.

Un dato interesante es que Daniel no estaba solo en el momento de la visión; sin embargo, sólo él lo vio, ya que los otros acompañantes huyeron. No todas las personas tienen ojos para ver el ámbito espiritual. Lo mismo sucedió con Pablo cuando Jesús se le apareció en el camino a Damasco (Hechos 9:3-7).

Tanto Daniel como Juan cayeron como muertos ante la presencia de Jesús glorificado. Pero el Señor no quería que quedara tirado en el suelo, así que reincorporó a Daniel dándole fuerzas y ánimo.
(Daniel 10:10-12) Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando.

Tal vez sea normal que una persona se asuste ante la presencia de Dios o ante la aparición de un ángel, pero el propósito no es provocar temor, sino darnos un mensaje. Y eso es lo que le dijo el Señor:
(Daniel 10:12) Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido.

Esto nos enseña que hay dos actitudes del corazón que abren los ojos y oídos espirituales para recibir revelación de Dios: (a) disposición a entender; y (b) humildad ante Dios. Estas dos actitudes demuestran la voluntad de buscar la voluntad y el deseo de Dios—contrario a buscar a Dios para que cumpla nuestros deseos personales. Esto me recuerda al versículo en los Salmos que dice:
(Salmo 21:2) Tú le has dado el deseo de su corazón, y no le has negado la petición de sus labios.

Esto no quiere decir que “Dios cumple mi deseo”; más bien, Dios pone Su deseo perfecto en mi corazón, y eso me lleva a orar para que el deseo de Dios se cumpla, y cuando lo pedimos, el Cielo se abre para cumplirlo. Esto fue lo que pasó con Daniel: él se dispuso a entender la voluntad de Dios y a someterse a ella, y al pedirla fue oída su oración y respondida de inmediato—aunque veremos a continuación que hubo una batalla espiritual para ver la respuesta…

En la próxima entrada, terminaremos de estudiar el capítulo 10 de Daniel…

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