martes, 28 de agosto de 2012

HAMBRE Y SED DE JUSTICIA (B)


(Día 10)

¿Qué significa “tener hambre y sed de justicia”?  Para entenderlo, primero debemos saber qué significa “justicia”…



La palabra que se traduce como “justicia”, en griego es: “Dikaiosune”, que también podría traducirse como “rectitud, justificación, equidad”.

¿Qué es justo?  Lo que es justo no lo determinan las cortes legales, ni los congresos ni senados humanos, sino Dios, y está plasmado en la Biblia.  Dios decide qué es bueno o malo, justo o injusto. 

Hay mucha gente que se considera buena y “justa”.  Tal vez sea así a los ojos de los hombres, pero no necesariamente a los ojos de Dios.
La Biblia dice:
(Eclesiástes 7:20)  Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.
(Romanos 3:9-12)  ¿Entonces qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? De ninguna manera; porque ya hemos denunciado que tanto judíos como griegos están todos bajo pecado;  (10)  como está escrito: No hay justo, ni aun uno;  (11)  no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios;  (12)  todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

Esto suena triste, pero es la realidad.  Es importante que reconozcamos que no somos justos, pues sólo así podremos tener “hambre y sed” de ser justificados.


FUE CONTADO POR JUSTICIA
La primera vez que aparece la palabra “justicia” en la Biblia es en Génesis:
(Génesis 15:6)  Y Abram creyó en el SEÑOR, y El se lo reconoció por justicia.



Desde el principio, el Señor nos ha revelado cómo vamos a alcanzar la justicia: no es por obras, porque todos fallamos, sino que es por fe
(Rom. 4:22-25)  Por lo cual también su fe le fue contada por justicia.  (23)  Y no sólo por él fue escrito que le fue contada,  (24)  sino también por nosotros, a quienes será contada: como los que creen en aquel que levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor,  (25)  el cual fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación.

Nadie ha podido cumplir la ley de Dios a la perfección, por lo tanto, no hay nadie que pueda considerarse “justo” (sólo Jesucristo).  Pero Dios no quiere que seamos condenados y muramos; su deseo es justificarnos.
(Romanos 6:20-23)  Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres en cuanto a la justicia.  (21)  ¿Qué fruto teníais entonces en aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de esas cosas es muerte.  (22)  Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna.  (23)  Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

 (Romanos 3:21-26)  Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas;  (22)  es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen; porque no hay distinción;  (23)  por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios,  (24)  siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús,  (25)  a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe, como demostración de su justicia, porque en su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente,  (26)  para demostrar en este tiempo su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús.



La justificación se obtiene por fe, creyendo en Jesucristo.  Lo único que debemos tener es “hambre y sed de justicia”. 
(Isaías 55:1-3)  Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad vino y leche sin dinero y sin costo alguno.  (2)  ¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no sacia? Escuchadme atentamente, y comed lo que es bueno, y se deleitará vuestra alma en la abundancia.  (3)  Inclinad vuestro oído y venid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, conforme a las fieles misericordias mostradas a David.

La clave es reconocer que uno necesita la justificación.  Eso es “tener hambre y sed de justicia”.  Pero si uno se cree justo, no deseará ni pedirá ni buscará la justicia que viene por fe, a través del arrepentimiento y perdón de pecados. 
(Mateo 21:31-32) … Jesús les dijo: En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros.  (32)  Porque Juan vino a vosotros en camino de justicia y no le creísteis, pero los recaudadores de impuestos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, ni siquiera os arrepentisteis después para creerle.

“Hambre y sed de justicia” es el deseo intenso de que ser considerados justos delante de Dios.  Si manifestamos esa necesidad ante Dios, Él la saciará. 

Lo primero que debemos buscar es esta justicia de Dios, y todo lo demás será añadido.
(Mateo 6:31-33)  Por tanto, no os preocupéis, diciendo: "¿Qué comeremos?" o "¿qué beberemos?" o "¿con qué nos vestiremos?"  (32)  Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas.  (33)  Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.


ORACIÓN
Señor, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua.  Así te contemplaba, para ver tu poder y tu gloria.  Porque tu misericordia es mejor que la vida, mis labios te alabarán.  Tengo sed de justicia, pero no tengo cómo comprarla. 

Señor, reconozco que no soy justo, y la paga de mi pecado es muerte.  Pero creo que Tú quieres salvarme.  Así como Abraham, mi fe será contada por justicia, porque he creído que en Ti que levantaste a Jesús de los muertos, a quien entregaste por causa de mis transgresiones y resucitaste para mi justificación.

Señor, Tú nos salvaste, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Tu misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que derramaste sobre nosotros abundantemente por medio de nuestro Salvador, para que justificados por Tu gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna.

Por fe, he sido libertado del pecado. Tú has saciado mi hambre y sed de justicia, y por Tu misericordia recibo el regalo de justificación y vida eterna. Ahora soy siervo de Dios, y el fruto de mi vida será la santificación.  

[Salmo 63:1-3; Isa. 55:1-3;  Rom. 6:20-23; Tito 3:5-7;  Rom. 4:20-25]

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