Cuando Daniel recibió la visión del capítulo 8,
le fue difícil comprenderla. Pero Dios le envió ayuda en la forma de un
“interprete celestial”:
(Daniel 8:15-16) Y aconteció que mientras yo Daniel
consideraba la visión y procuraba comprenderla, he aquí se puso delante de mí
uno con apariencia de hombre. Y oí una voz de hombre entre las riberas del
Ulai, que gritó y dijo: Gabriel, enseña a éste la visión.
Dios no envió a cualquier ángel a explicar la
visión a Daniel. El ángel que llegó fue Gabriel, que la Biblia reconoce como
uno de los ángeles más cercanos a Dios.
(Lucas 1:19) Respondiendo el ángel, le dijo: Yo
soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte
y anunciarte estas buenas nuevas.
Según la tradición, Gabriel es un ángel
defensor de Israel, junto con Miguel. Fue Gabriel quien anunció el nacimiento
de Juan el Bautista (Luc. 1:10-20) y el nacimiento de Jesús (Luc. 1:26-38).
Este ángel especial fue enviado a Daniel para
explicarle esta visión, y le señaló que era para los tiempos del fin.
(Daniel 8:17-19) Vino luego cerca de donde yo
estaba; y con su venida me asombré, y me postré sobre mi rostro. Pero él me
dijo: Entiende, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin. Mientras él hablaba conmigo, caí dormido en
tierra sobre mi rostro; y él me tocó, y me hizo estar en pie. Y dijo: He aquí
yo te enseñaré lo que ha de venir al fin de la ira; porque eso es para el tiempo del fin.
A pesar de la explicación del ángel, Daniel se
quedó sin entender. Y fue tan fuerte la experiencia que él quedó afectado, al
punto que estuvo indispuesto por unos días.
(Daniel 8:27) Y yo Daniel quedé quebrantado, y
estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí, atendí los negocios del rey;
pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía.
PARALELOS EN LA BIBLIA
Antes de pasar al siguiente capítulo del libro
de Daniel, quiero que regresemos a leer los versículos 10 al 12, ya que quiero
resaltar unos paralelos muy interesantes con otras escrituras bíblicas…
En la descripción del cuerno pequeño, Daniel
dice lo siguiente:
(Daniel 8:10-11a) Y se engrandeció hasta el ejército
del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las
pisoteó. Aun se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos…
Estos versículos me llamaron mucho la
atención, porque me recordaron a la descripción que Isaías hace de Lucifer:
(Isaías 14:12-15) ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer,
hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas las
naciones. [13] Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en
lo alto junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono, y en el monte del
testimonio me sentaré, a los lados del norte; [14] Sobre las
alturas de las nubes subiré, y seré semejante al
Altísimo. [15] Pero tú derribado serás hasta el infierno, a los
lados del abismo.
El anticristo sigue el patrón exacto de
Satanás, que se levanta en contra de Dios, queriendo tomar su lugar. Hace
guerra en los cielos, pero será derrotado al final, hasta el abismo mismo.
Otro detalle curioso es que, en la descripción
de Lucifer en Isaías 11, dice que éste está cubierto de gusanos.
(Isaías 14:11) Descendió al sepulcro tu soberbia, y
el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán.
De forma similar, cuando Antíoco IV se levantó contra el pueblo de Dios para acabarlo, el
Señor lo frenó de forma abrupta, y lo enfermó al punto que gusanos se lo
estaban comiendo vivo. La descripción de esto se encuentra en el segundo libro
de los macabeos:
(2 Macabeos 9:4-12) Pero el juicio de Dios lo seguía. En
su arrogancia, Antíoco había dicho: “Cuando llegue a Jerusalén, convertiré la
ciudad en cementerio de los judíos”. 5 Pero el Señor Dios de Israel,
que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: apenas había dicho
estas palabras, le vino un dolor de vientre que con nada se le pasaba, y un
fuerte cólico le atacó los intestinos. 6 Esto fue un justo castigo
para quien, con tantas y tan refinadas torturas, había atormentado en el
vientre a los demás. 7 A pesar de todo, Antíoco no abandonó en
absoluto su arrogancia; lleno de orgullo y respirando llamas de odio contra los
judíos, ordenó acelerar el viaje. Pero cayó del carro, que corría
estrepitosamente, y en su aparatosa caída se le dislocaron todos los miembros
del cuerpo. 8 Así, el que hasta hacía poco, en su arrogancia
sobrehumana, se imaginaba poder dar órdenes a las olas del mar y, como Dios,
pesar las más altas montañas, cayó derribado al suelo y tuvo que ser llevado en
una camilla, haciendo ver claramente a todos el poder de Dios. 9 Los
ojos del impío hervían de gusanos, y aún con vida, en medio de horribles
dolores, la carne se le caía a pedazos; el cuerpo empezó a pudrírsele, y era
tal su mal olor, que el ejército no podía soportarlo. 10 Tan
inaguantable era la hediondez, que nadie podía transportar al que poco antes
pensaba poder alcanzar los astros del cielo. 11 Entonces, todo malherido,
bajo el castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a
moderar su enorme arrogancia y a entrar en razón. 12 Y como ni él
mismo podía soportar su propio mal olor, exclamó: “Es justo someterse a Dios y,
siendo mortal, no pretender ser igual a él”.
(2 Macabeos 9:28) Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una
muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces
sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros.
No es casualidad que lo mismo le sucedió a Herodes cuando él quiso hacerse pasar
como dios, en el tiempo de los apóstoles.
(Hechos 12:21-23) Y un día señalado, Herodes vestido
de ropa real, se sentó en su trono, y les arengó. [22] Y
el pueblo aclamaba, diciendo: ¡Voz de un dios, y no de
hombre! [23] Y al instante el ángel del Señor le hirió,
por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos.
Parte esencial de los reinos del hombre es que
los reyes se enorgullecen tanto que llegan a proclamarse como “dios”. Lo vimos
con Nabucodonosor, Antíoco, Herodes, y lo mismo hicieron varios emperadores
romanos (Octavio, Julio César).
En la próxima entrada comenzaremos a estudiar el capítulo 9 de Daniel...
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