domingo, 24 de noviembre de 2019

Daniel 8:15-27. Intérprete de la visión, y otros paralelos


Cuando Daniel recibió la visión del capítulo 8, le fue difícil comprenderla. Pero Dios le envió ayuda en la forma de un “interprete celestial”:
(Daniel 8:15-16) Y aconteció que mientras yo Daniel consideraba la visión y procuraba comprenderla, he aquí se puso delante de mí uno con apariencia de hombre. Y oí una voz de hombre entre las riberas del Ulai, que gritó y dijo: Gabriel, enseña a éste la visión.

Dios no envió a cualquier ángel a explicar la visión a Daniel. El ángel que llegó fue Gabriel, que la Biblia reconoce como uno de los ángeles más cercanos a Dios.
(Lucas 1:19) Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas nuevas.

Según la tradición, Gabriel es un ángel defensor de Israel, junto con Miguel. Fue Gabriel quien anunció el nacimiento de Juan el Bautista (Luc. 1:10-20) y el nacimiento de Jesús (Luc. 1:26-38).

Este ángel especial fue enviado a Daniel para explicarle esta visión, y le señaló que era para los tiempos del fin.
(Daniel 8:17-19) Vino luego cerca de donde yo estaba; y con su venida me asombré, y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: Entiende, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin. Mientras él hablaba conmigo, caí dormido en tierra sobre mi rostro; y él me tocó, y me hizo estar en pie. Y dijo: He aquí yo te enseñaré lo que ha de venir al fin de la ira; porque eso es para el tiempo del fin.

A pesar de la explicación del ángel, Daniel se quedó sin entender. Y fue tan fuerte la experiencia que él quedó afectado, al punto que estuvo indispuesto por unos días.
(Daniel 8:27) Y yo Daniel quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí, atendí los negocios del rey; pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía.

PARALELOS EN LA BIBLIA
Antes de pasar al siguiente capítulo del libro de Daniel, quiero que regresemos a leer los versículos 10 al 12, ya que quiero resaltar unos paralelos muy interesantes con otras escrituras bíblicas…

En la descripción del cuerno pequeño, Daniel dice lo siguiente:
(Daniel 8:10-11a) Y se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó. Aun se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos…

Estos versículos me llamaron mucho la atención, porque me recordaron a la descripción que Isaías hace de Lucifer:
(Isaías 14:12-15) ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas las naciones.  [13] Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en lo alto junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte;  [14] Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.  [15] Pero tú derribado serás hasta el infierno, a los lados del abismo.

El anticristo sigue el patrón exacto de Satanás, que se levanta en contra de Dios, queriendo tomar su lugar. Hace guerra en los cielos, pero será derrotado al final, hasta el abismo mismo.

Otro detalle curioso es que, en la descripción de Lucifer en Isaías 11, dice que éste está cubierto de gusanos.
(Isaías 14:11) Descendió al sepulcro tu soberbia, y el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán.

De forma similar, cuando Antíoco IV se levantó contra el pueblo de Dios para acabarlo, el Señor lo frenó de forma abrupta, y lo enfermó al punto que gusanos se lo estaban comiendo vivo. La descripción de esto se encuentra en el segundo libro de los macabeos:
(2 Macabeos 9:4-12) Pero el juicio de Dios lo seguía. En su arrogancia, Antíoco había dicho: “Cuando llegue a Jerusalén, convertiré la ciudad en cementerio de los judíos”. 5 Pero el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: apenas había dicho estas palabras, le vino un dolor de vientre que con nada se le pasaba, y un fuerte cólico le atacó los intestinos. 6 Esto fue un justo castigo para quien, con tantas y tan refinadas torturas, había atormentado en el vientre a los demás. 7 A pesar de todo, Antíoco no abandonó en absoluto su arrogancia; lleno de orgullo y respirando llamas de odio contra los judíos, ordenó acelerar el viaje. Pero cayó del carro, que corría estrepitosamente, y en su aparatosa caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo. 8 Así, el que hasta hacía poco, en su arrogancia sobrehumana, se imaginaba poder dar órdenes a las olas del mar y, como Dios, pesar las más altas montañas, cayó derribado al suelo y tuvo que ser llevado en una camilla, haciendo ver claramente a todos el poder de Dios. 9 Los ojos del impío hervían de gusanos, y aún con vida, en medio de horribles dolores, la carne se le caía a pedazos; el cuerpo empezó a pudrírsele, y era tal su mal olor, que el ejército no podía soportarlo. 10 Tan inaguantable era la hediondez, que nadie podía transportar al que poco antes pensaba poder alcanzar los astros del cielo. 11 Entonces, todo malherido, bajo el castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su enorme arrogancia y a entrar en razón. 12 Y como ni él mismo podía soportar su propio mal olor, exclamó: “Es justo someterse a Dios y, siendo mortal, no pretender ser igual a él”.
(2 Macabeos 9:28) Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros. 

No es casualidad que lo mismo le sucedió a Herodes cuando él quiso hacerse pasar como dios, en el tiempo de los apóstoles.
(Hechos 12:21-23) Y un día señalado, Herodes vestido de ropa real, se sentó en su trono, y les arengó.  [22]  Y el pueblo aclamaba, diciendo: ¡Voz de un dios, y no de hombre!  [23]  Y al instante el ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos.

Parte esencial de los reinos del hombre es que los reyes se enorgullecen tanto que llegan a proclamarse como “dios”. Lo vimos con Nabucodonosor, Antíoco, Herodes, y lo mismo hicieron varios emperadores romanos (Octavio, Julio César).

En la próxima entrada comenzaremos a estudiar el capítulo 9 de Daniel...




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